11/5/11

My great wall walk



Hace algún tiempo discutía con una amiga sobre despedidas. Ella es de la opinión de que una relación debe terminar sin ambages (sobriamente, sin besos, abrazos u otras muestras -más hondas- de afecto), algo que escapa por completo a mi imaginación, como inimaginables deben resultarle a ella mis innumerables (re)encuentros, porque debo reconocer que suelen prolongarse más allá de lo que podría considerarse un simple adiós, que tienden a perpetuarse, a extenderse en el tiempo, a sobrevivir, en definitiva, al punto final que más tarde resulta ser una coma o, más frecuentemente, un paréntesis abrazando otros nombres.


Así que el mundo (también) se compone de quienes se despiden y quienes no lo hacen -pensé sin dar crédito, en la convicción de que mi criterio era común, no digamos consustancial, al resto de amantes-. Recordé entonces The great wall walk (1988), la performance que concibió en sueños Marina Abramovic a modo de despedida del que hasta entonces había sido su amante y partener, Ulay, y en la que ambos recorrían la Gran Muralla China -cada uno desde un extremo- encontrándose a medio camino, y me sentí profundamente conmovida al ver cuánto pueden dar de sí los créditos finales. Tal vez no se trate -en mi caso- de un punto, una coma o unos (breves) paréntesis, sino de una gran muralla, larga y estrecha en la que (presiento) estoy a muy pocos metros de esa meta equidistante.

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