27/7/10

Bienes fungibles


Siempre es agradable ver un anuncio -casi un grito, una interjección sobre ruedas- invitándonos a desprendernos de los restos: esos cadáveres que todos arrastramos y de los que no acabamos de despedirnos.

Y al hablar de lo innombrable, de aquello de lo que intentamos escapar permanentemente, no puedo evitar contraponer dos miradas ante un mismo hecho: la muerte. De un lado, la heroicidad que amortaja al difunto y que trasciende el hecho biológico para elevarlo al terreno de la épica. De otro, y frente a esta visión hipertrófica, la lente con que caricaturizamos a quienes dejamos atrás: esos muertos en vida que podemos localizar a golpe de móvil. Esta mirada, a mi juicio, forma parte de un proceso necesario para continuar viviendo sin alguien que continuará viviendo sin nosotros. Frente a la resignación inapelable con que tenemos que asistir a la primera, la esperanza de lo posible latente en la segunda...

Así, esas miradas también se trasladan a lo simbólico: un anillo puede ser un valioso legado o un desecho camino de la fragua, de donde habrá de segregarse para retornar eternamente.