18/10/10

La conciencia de las pulgas

El otro día fui a ver Wall Street: el dinero nunca duerme y escuché que la inconsciencia consistía en hacer una y otra vez lo mismo esperando resultados diferentes y que todos nos veíamos abocados a ella por un exceso de optimismo y confianza. Evidentemente, esta definición habría que ponerla en relación con la trama argumental de la película, pero descontextualizada me hizo recordar una historia que me contó un amigo sobre cómo domesticar una pulga: se encierra en un frasco y, tras varios taponazos contra la tapa, ésta puede retirarse sin que la pulga salte por encima de ese tope imaginario.
El caso es que pensé si no habría un término medio entre el inconsciente esperanzado y los cobardes encerrados en un frasco, condenados a no hacer nada diferente, a no saltar jamás por encima de la tapa (ahora inexistente). Quizá el factor tiempo tenga algo que decir: puede ser que lo que en su día dio un resultado "x", ahora arroje otro "y" y que sea precisamente esta posibilidad (inconsciente o no) la que nos diferencie, como seres humanos, de la fauna domesticada.

29/9/10

Mujeres de papel

Hoy, al bajar de la guagua, noté cómo una primera gota tibia escapaba de mis labios, roja, marrón quizás, y recordé a Anna Wulf, la protagonista de "El cuaderno dorado" de Doris Lessing. Por un momento pensé que yo también podría salir de la pluma de alguna escritora -y enfatizo el género porque nadie como Lessing para describir la menstruación-. Anna se prepara para dirigirse al trabajo: va al baño, se asea y huele su propia sangre. Puede que alguien continúe escandalizándose, pero no creo que exista una sola mujer que no sepa a qué huele su sangre o aún su sexo en los labios de su amante. Por eso, al bajar de la guagua, sentí que aquel personaje era tan real como yo: esta sangre que nos diferencia de tantas otras mujeres de papel, nacidas de otra tinta...

27/7/10

Bienes fungibles


Siempre es agradable ver un anuncio -casi un grito, una interjección sobre ruedas- invitándonos a desprendernos de los restos: esos cadáveres que todos arrastramos y de los que no acabamos de despedirnos.

Y al hablar de lo innombrable, de aquello de lo que intentamos escapar permanentemente, no puedo evitar contraponer dos miradas ante un mismo hecho: la muerte. De un lado, la heroicidad que amortaja al difunto y que trasciende el hecho biológico para elevarlo al terreno de la épica. De otro, y frente a esta visión hipertrófica, la lente con que caricaturizamos a quienes dejamos atrás: esos muertos en vida que podemos localizar a golpe de móvil. Esta mirada, a mi juicio, forma parte de un proceso necesario para continuar viviendo sin alguien que continuará viviendo sin nosotros. Frente a la resignación inapelable con que tenemos que asistir a la primera, la esperanza de lo posible latente en la segunda...

Así, esas miradas también se trasladan a lo simbólico: un anillo puede ser un valioso legado o un desecho camino de la fragua, de donde habrá de segregarse para retornar eternamente.